Hola a tod@s:
"La vida es una moneda...quien la rebusca le tiene" dice el genio Fito en una de sus mejores canciones. Nada más cierto. Quienes vienen leyéndome desde hace tiempo (sobretodo mi literatura) se habrán dado cuenta de que la muerte es un tema que me apasiona (ojo: solo para escribir) y esa obsesión literaria con ese tema puede ser que se deba a a la influencia de Cortázar (sobre todo en sus cuentos). Después de leerlo me replanteé muchas cosas y decidí intentar inmiscuirme con la "señora implacable" (como yo mismo la bauticé en otro cuento aún no publicado) hace ya un par de años atrás. Acá les presento otro, espero les guste.
YA ES TARDE
Desde niño adoré los autos de carrera. La sensación de velocidad es una de las pocas cosas que verdaderamente me producen placer y me hacen sentir poderoso, incluso más que todo el dinero que tengo. Lo podría hasta jurar.
Hace un par de horas que estoy conduciendo mi 3000GT, absolutamente solo pero rodeado de objetos que representaron algo en mi vida: una botella de Jack Daniel’s, una cajetilla de Camel, mi colección de discos de U2 y una foto de ella. No necesito equipaje, mi viaje será corto.
El fuerte viento golpea mi rostro y despeina aún más mi largo y descuidado pelo, que junto con mi barba de varios días, me da un aspecto que algunos describirían como “lamentable”. Personalmente adoro verme así (siempre dije que era mi “alter ego”). Mi misión esta vez no es de negocios sino de reencuentro con algo que había perdido hace mucho tiempo atrás: mi libertad.
Tengo la mente en blanco, ya me cansé de pensar y reflexionar acerca de una vida que me dio y me quitó todo. El sol se va ocultando en el horizonte, pero a pesar de los ciento cincuenta kilómetros por hora que imprime mi hermosa máquina, no podré alcanzarlo como siempre soñé de niño, así como tampoco tendré ocasión de escribir uno de tantos poemas que le gustaban tanto a ella. Ya no vienen al caso, mi inspiración murió aquella mañana que desperté y ya no estaba más. Me falta vida para soñar.
Sonrío para mí mismo al darme cuenta de que el mundo tenía razón: el tiempo lo cura todo, indefectiblemente. El veneno que tomé una hora antes cumplió su cometido. Ya es tarde para otra cosa.
Desde niño adoré los autos de carrera. La sensación de velocidad es una de las pocas cosas que verdaderamente me producen placer y me hacen sentir poderoso, incluso más que todo el dinero que tengo. Lo podría hasta jurar.
Hace un par de horas que estoy conduciendo mi 3000GT, absolutamente solo pero rodeado de objetos que representaron algo en mi vida: una botella de Jack Daniel’s, una cajetilla de Camel, mi colección de discos de U2 y una foto de ella. No necesito equipaje, mi viaje será corto.
El fuerte viento golpea mi rostro y despeina aún más mi largo y descuidado pelo, que junto con mi barba de varios días, me da un aspecto que algunos describirían como “lamentable”. Personalmente adoro verme así (siempre dije que era mi “alter ego”). Mi misión esta vez no es de negocios sino de reencuentro con algo que había perdido hace mucho tiempo atrás: mi libertad.
Tengo la mente en blanco, ya me cansé de pensar y reflexionar acerca de una vida que me dio y me quitó todo. El sol se va ocultando en el horizonte, pero a pesar de los ciento cincuenta kilómetros por hora que imprime mi hermosa máquina, no podré alcanzarlo como siempre soñé de niño, así como tampoco tendré ocasión de escribir uno de tantos poemas que le gustaban tanto a ella. Ya no vienen al caso, mi inspiración murió aquella mañana que desperté y ya no estaba más. Me falta vida para soñar.
Sonrío para mí mismo al darme cuenta de que el mundo tenía razón: el tiempo lo cura todo, indefectiblemente. El veneno que tomé una hora antes cumplió su cometido. Ya es tarde para otra cosa.
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