Hola a tod@s:
El título lo dice todo, aunque algo de interesante pareciera tener este cortísimo relato que les regalo. De antemano pido disculpas a la negrita por incluirla...sin su consentimiento.
NOTA: el personaje principal es real, al igual que el café al frente de la plaza. Las situaciones...no tanto.
EL PRECIOSO NIÑO RUBIO DE PELO ENSORTIJADO
Nadie jamás podría haber imaginado aquel maremagnum de fatalidades que El Precioso Niño Rubio de Pelo Ensortijado ocasionaría en el pictórico y pequeño café en la esquina sur-este de la plaza.
La negrita me lo contó y tampoco pude creerlo (“tan lindo”, me había dicho, refiriéndose a la criatura). Y es que en los escasos tres minutos que estuve en el baño, sucedieron los sucesos sucedidos sucesivamente en la sucesión de aquellos minutos, y que a continuación se detallan:
El Precioso Niño Rubio de Pelo Ensortijado se levantó de la mesa, atormentó a sus padres hasta el cansancio (con una pataleta infernal), por lo cual fue reprendido severamente. En una rabieta propia de su edad, salió corriendo como endemoniado en dirección de la barra. Era tanta su furiosa velocidad, que el mesero con la bandeja llena de café caliente tuvo que improvisar una brusca maniobra para esquivarlo, pero con tan mala suerte (o falta de pericia) que derramó una taza entera del caliente y cafeínico líquido negro en el escote de la madre del niño, la cual con una alarido descomunal y un manotazo instintivo hizo saltar por los aires el cigarrillo que el espeso sostenía entre los dedos de la mano izquierda. Este cayó entre las piernas (que mal lugar) de un pobre gringo en la mesa contigua, el cual del susto, le levantó presuroso de la silla (golpeando la mesa con las rodillas), provocando que el plato de nachos con salsa picodegallo desparramara caóticamente su delicioso contenido entre los demás miembros de su familia, hasta llegar al cabello permamentado de la esposa/gringa. Como es de suponerse, ésta sacudió la cabellera, derramando una cocacola embotellada (de medio litro y light) sobre la cortísima falda de la quinceañera de generoso escote en la mesa del frente (imagínense lo largo del pelo de la gringa) quien al reaccionar violentamente volteó la mesa y arruinó con capuchino frío, el super-pantalón-fashion del novio (aparentemente quinceañero también), el cual de la rabia (era cara la prenda) lanzó un resto de sándwich mixto (jamón y queso) contra la novia, pero no contando con los reflejos de ésta última (gracias a su gimnástico pasado), lo esquivó, yendo a impactar el rostro de un mesero desprevenido, que mientras caía, escupió entre los senos de la muchacha, terminando su hombro rompiendo el espejo con marco de madera tallado a mano, que se encontraba en la pared, entre dos columnas, rompiendo (como casi todos los demás accesorios) la estética del lugar. Un pedazo de espejo salió despedido por los aires hasta alcanzar y rajar el lente izquierdo de los anteojos de la negrita (a escasos metros). Por suerte no se puso los de “contacto”.
Y en eso aparecí yo. Perplejo por la dantesca escena que mis incrédulos y sorprendidos ojos rasgados observaban, no se me ocurrió otra cosa más que maldecir mi suerte por haber dejado en casa mi digital.
“Y El Precioso Niño Rubio de Pelo Ensortijado?”, pregunté a la fémina que me acompañaba. Ella solo atinó a responderme: “Vení, sentate que te cuento”.
Nadie jamás podría haber imaginado aquel maremagnum de fatalidades que El Precioso Niño Rubio de Pelo Ensortijado ocasionaría en el pictórico y pequeño café en la esquina sur-este de la plaza.
La negrita me lo contó y tampoco pude creerlo (“tan lindo”, me había dicho, refiriéndose a la criatura). Y es que en los escasos tres minutos que estuve en el baño, sucedieron los sucesos sucedidos sucesivamente en la sucesión de aquellos minutos, y que a continuación se detallan:
El Precioso Niño Rubio de Pelo Ensortijado se levantó de la mesa, atormentó a sus padres hasta el cansancio (con una pataleta infernal), por lo cual fue reprendido severamente. En una rabieta propia de su edad, salió corriendo como endemoniado en dirección de la barra. Era tanta su furiosa velocidad, que el mesero con la bandeja llena de café caliente tuvo que improvisar una brusca maniobra para esquivarlo, pero con tan mala suerte (o falta de pericia) que derramó una taza entera del caliente y cafeínico líquido negro en el escote de la madre del niño, la cual con una alarido descomunal y un manotazo instintivo hizo saltar por los aires el cigarrillo que el espeso sostenía entre los dedos de la mano izquierda. Este cayó entre las piernas (que mal lugar) de un pobre gringo en la mesa contigua, el cual del susto, le levantó presuroso de la silla (golpeando la mesa con las rodillas), provocando que el plato de nachos con salsa picodegallo desparramara caóticamente su delicioso contenido entre los demás miembros de su familia, hasta llegar al cabello permamentado de la esposa/gringa. Como es de suponerse, ésta sacudió la cabellera, derramando una cocacola embotellada (de medio litro y light) sobre la cortísima falda de la quinceañera de generoso escote en la mesa del frente (imagínense lo largo del pelo de la gringa) quien al reaccionar violentamente volteó la mesa y arruinó con capuchino frío, el super-pantalón-fashion del novio (aparentemente quinceañero también), el cual de la rabia (era cara la prenda) lanzó un resto de sándwich mixto (jamón y queso) contra la novia, pero no contando con los reflejos de ésta última (gracias a su gimnástico pasado), lo esquivó, yendo a impactar el rostro de un mesero desprevenido, que mientras caía, escupió entre los senos de la muchacha, terminando su hombro rompiendo el espejo con marco de madera tallado a mano, que se encontraba en la pared, entre dos columnas, rompiendo (como casi todos los demás accesorios) la estética del lugar. Un pedazo de espejo salió despedido por los aires hasta alcanzar y rajar el lente izquierdo de los anteojos de la negrita (a escasos metros). Por suerte no se puso los de “contacto”.
Y en eso aparecí yo. Perplejo por la dantesca escena que mis incrédulos y sorprendidos ojos rasgados observaban, no se me ocurrió otra cosa más que maldecir mi suerte por haber dejado en casa mi digital.
“Y El Precioso Niño Rubio de Pelo Ensortijado?”, pregunté a la fémina que me acompañaba. Ella solo atinó a responderme: “Vení, sentate que te cuento”.
1 comentario:
Tan lindo el niño...
Deberían haberlo visto, "precioso".
Muy buen cuento, honestamente, y ¿lo escribiste en 10?...
Bien viejito, bien..
Publicar un comentario