Hola a tod@s:
Hora de sincerarme conmigo y con Uds. Gracias por leerme. Esto es para que me conozcan aún más:
Rock & Roll yo *
(Javier Sandoval Aguilera)
Lo más terrible de empezar a escribir, es eso mismo: empezar. Esa simple pero importante vacilación puede demorarme incluso días enteros y mantenerme como idiota durante horas en frente de la PC, escuchando una y otra vez mis MP3’s de Blues y sin poder siquiera escribir una letra. Pero cuando por fin empiezo a escribir, no paro de hacerlo. Sinceramente dudo mucho de mis capacidades narrativas, es que son mis dedos los que inconscientemente empiezan a golpear las teclas. En ese preciso momento desaparecen los miedos y frustraciones y las historias aparecen solas. No exagero, es más lo podría jurar hasta por el propio Cortázar.
(Javier Sandoval Aguilera)
Lo más terrible de empezar a escribir, es eso mismo: empezar. Esa simple pero importante vacilación puede demorarme incluso días enteros y mantenerme como idiota durante horas en frente de la PC, escuchando una y otra vez mis MP3’s de Blues y sin poder siquiera escribir una letra. Pero cuando por fin empiezo a escribir, no paro de hacerlo. Sinceramente dudo mucho de mis capacidades narrativas, es que son mis dedos los que inconscientemente empiezan a golpear las teclas. En ese preciso momento desaparecen los miedos y frustraciones y las historias aparecen solas. No exagero, es más lo podría jurar hasta por el propio Cortázar.
No recuerdo exactamente cuando fue que empecé a escribir en serio. La verdad, no fue hace mucho. Me imagino que fue en el tiempo en que tomé conciencia y ya me preocupaba bastante por esos sueños reiterativos con la misma chica. Bueno, de eso hablaremos luego. De niño no manifesté ningún interés particular en escribir, todo lo contrario, devoraba cada libro que caía en mis manos, en cuestión de días e incluso horas.
Lo que recuerdo bien fue aquel primer cuento que escribí como a los trece años de edad. Y bueno, a esa edad los chicos, sobretodo los cruceños, empezamos a cambiar nuestro frágil cuerpo por el de un engendro que no es ni infante ni hombre. Empiezan los complejos, aflora nuestra personalidad y sobretodo empezamos a darnos cuenta de lo hermoso que es el sexo “débil” (que de eso no tiene nada). Yo era el púber más acomplejado y tímido que pueda existir (sin exageraciones). Veía pasar los años y lo único que había cambiado en mí, era mi voz. “Mamá Naturaleza” me dio un vozarrón espantoso que hizo que muy pocas veces abriera la boca en público, ya que la gente no creía como un niño tan flaquito y pequeño como yo, fuera capaz de tener esa voz tan grave. Mi refugio en esos años fueron los libros y mis amigos de la “pandilla feliz” como nos llamaban medio en tono de burla los compañeros de curso, por ser los más tímidos (palabra elegante que escojo en vez de “impopulares”) y “cerebritos”.
El cuentito aquél era medio tele novelesco (de esos con final feliz y otras cosas), el cual obviamente creía que era totalmente original. Lo hice en la vieja máquina de escribir de mi padre, por cumplir una tarea escolar para mi “profe” de Lenguaje. Recuerdo bien que ella lo corrigió un montón, pero me aseguró que era el mejor de la clase. Ese hecho particular me llenó de orgullo. Que inocente que era. De todas formas ni se me pasó por la mente la idea de hacer una carrera literaria o algo parecido (ja ja ja, como si ahora la tuviera). Tenía otras cosas en la mente, sobretodo tratar de armarme de valor y conocer a la niña que tanto me gustaba.
Nunca más volví a hacer literatura en una máquina de escribir en mi vida. Sé de muchos autores conocidos que jamás utilizaron una computadora y continúan fieles a su vieja maquinita. La verdad no los entiendo. El solo hecho de andar cambiando de papel y corrigiendo los errores con esa tinta blanca, me volvía loco, y eso que tenía solo trece años. Y para ser más exactos, ni siquiera lo volví a hacer siquiera en papel, a puño y letra, en largos años.
A los dieciocho años y cuando ya tenía más aspecto de hombre maduro (o tal vez menos de niño), fue que escribí y medio por casualidad, mi primer cuento corto. Mi vida no era lo suficientemente interesante, pero aún así me animé a relatar la primera vez que besé a la también primera chica de la cual me enamoré (o creía estarlo). Obviamente inventé un par de cositas para hacer el relato más interesante y que sea lo más ficticio posible. Fallé. Describí tanto y tan bien al personaje principal, que mi familia cuando lo leyó, se echó a reír sin asco y no dejaban de repetirme que ese personaje no era otro más que yo mismo. En lo que si acerté fue en que tuve la intención de hacer algo cómico y así resultó.
La universidad me consumió de tal manera que no escribí en casi todos esos años de estudios, desvelos, jaranas, churrascos y actividades sociales, culturales y deportivas. La verdad me divertí mucho, aprendí bastantes cosas (sobretodo como tratar a las chicas) y conocí gente sumamente interesante con la cual compartía criterios estéticos, musicales y sobretodo literarios. Leía como loco, a parte de los textos universitarios, a gente como Cortázar, García Márquez, Hesse, Isabel Allende y Saramago. Una pizca de Borges y otro tanto de Sábato. Desarrollé el amor por los cuentos cortos, al mismo tiempo que lo hice con otras tantas cosas mundanas como el tequila, los Camels, los pubs y las discos.
Fue justamente en mi último año de “chico UPSA”, que me propuse volver a escribir. Empecé haciendo poemitas cortos, bastante inspirados en los de Jim Morrison, es decir, filosofía trascendental y otras cuestiones que sinceramente no capté bien. Rápidamente abandoné esos temas y decidí dedicarme al tema universal poético por excelencia: el amor. Me obsesioné tanto por esa rama de la Literatura, que empecé a hacerlos en todo momento y lugar: en clases, la cafetería, los baños, mi cama e incluso en los “micros” (siempre y cuando no atravesara por calles con baches, tan comunes en esta hermosa Ciudad de los Anillos).
Cada vez que producía uno nuevo, los sometía rápidamente al juicio popular. Las víctimas: mis amigos, amigas, compañeros o alguna novia ocasional (que fueron muchas, pero efímeras). A continuación les transcribo algunos de los comentarios que recibieron mis textos: “Buenísimos”, “cursis”, “geniales”, “intensos”, “patéticos”, “vanguardistas (¿?)”, “Dedicate a otra cosa, loco” o el famoso, pero odiado: “Ay, de quién estás enamorado?”. Recuerdo que quedé tan desilusionado que empecé a escribir solo para mí y por fin logré inspirarme en un personaje imaginario, que solo se me aparecía en sueños: Ojos de Luna. Así bauticé a la chica que siempre se escabullía en mis sueños desde la adolescencia y de la cual jamás recordé su rostro, solo sus grandes y expresivos ojos. De ahí el singular nombre con el que la evocaba en mis escritos. Preferí escoger ese nombre un tanto medio apodo, porque pensé que si le ponía uno más “cristiano” (es decir un Paola, Claudia o algo así), podría haberme sesgado hacia buscar conocer a un determinado grupo de féminas solo con el nombre que hubiera escogido. Suena bastante lógico, no creen?.
Cuando empecé a escribirle poemas a esta chica “soñada”, no pude parar. Creo que fueron veinte o quizás más. Con sinceridad es que afirmo que ahora los leo y no puedo evitar sentir vergüenza de algunos. No tanto por lo cursi, sino por lo malos que eran.
Por ese tiempito fue que escribí digamos que mi primer cuento serio: “La fuerza del destino”. No podía evitar seguir nombrando mis creaciones como si fueran telenovelas mexicanas. Lo mismo opinaron mis juveniles e inexpertos críticos, a diferencia de que esta vez a todos les encantó la trama (con bastante influencia del “boom”, por cierto). Entre las opiniones más simpáticas que recibí, fue la de una amiga la cual expresó: “muy lindo, pero demasiado trágico el final”. En un par de días le hice llegar una copia del cuento ese del primer beso (mencionado líneas arriba), el cual le encantó. Gajes del oficio.
Con la finalización de la Universidad, nació (o mejor dicho, renació) mi pasión musical. Me uní a una banda de rock, con unos chicos bastante menores que yo, pero con grandes sueños y entusiasmo contagiante. El estrés de las jornadas laborales (sí, empecé lastimosamente a trabajar), lo combatía con feroces y agotadoras sesiones de ensayo en los garajes de las casas de mis amigos y nuevos colegas musicales. Por cierto, este humilde servidor hacía de vocalista, claro que ya eran varios años que no lanzaba una nota al aire o simplemente un grito despavorido con alguna canción de rock y al comienzo me costó un mundo recobrar el timbre vocal (los invito a que me vean en algún antro de la ciudad y así corroboran esto).
Gracias a lo anterior empecé a escribir letras de canciones. La había intentado algunos años atrás, pero con resultados trágico-cómicos. Esta vez creo que no lo hice tan mal, aunque tenía problemas con mis compañeros de banda, ya que me pedían líricas más juveniles, en vez de lo que ellos nombraban: “tus cuestiones filosóficas”. De ahí que antes de decirme “viejo”, me llamaban el “filósofo”.
La verdad es que fueron años felices. Todo lo combinaba a la perfección. El trabajo, los ensayos, las tocadas en boliches e incluso el haberme enamorado de aquella rubia preciosa, nunca fueron obstáculos para que continúe con mi pasión por los cuentos cortos (los poemas los descarté porque no volví a soñar con mi “Ojitos de Luna”), desarrollando temas y estilos cada vez más diversos. Abarqué estilos desde el “realismo mágico”, el clásico e inclusive el de los creadores de “McOndo”, con temática urbana y moderna.
Tarea pendiente en mi vida es la de publicarlos algún día. Y aunque estoy completamente seguro de que jamás serán best sellers, por lo menos tendré algo para mostrarle a mis nietos (bastante clicheada la frase, pero válida).
Y bueno. Siento decepcionar al que empezó a leer esto pensando en encontrar alguna característica que hiciera parecerlo ser un cuento. Realmente lo siento (lo vuelvo a repetir), no fue mi intención transformar este relato en una pseudo mini-biografía-resumen-ejecutivo de mi vida literaria, pero es que como les expliqué al comienzo: no lo puedo evitar, son mis dedos los que inconscientemente empiezan a golpear las teclas y no paran hasta que consiguen lo que quieren.
* Con permiso del gran Charly García.
Santa Cruz, 13 de Febrero de 2004. 23:30 Hrs.
4 comentarios:
jajajajajaja disculpas aceptadas :)
nene muy bueno el "cuento autobiográfico" .... es grato poder leer tus cuentos y soltar un par de carcajadas cada vez que sentis que olvidaste como reir...
Interesante biografía, sobretodo en tu etapa de "chicken little". Saludos.
Gracias por los comentarios, chicas. Jejejeje, me encantó de lo "chicken little" y eso que en mi vida he visto esa cuestión, pero sí mis sobrinos.
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